Los que amamos el trabajo con personas no nos cansamos de pensar e idear nuevas herramientas para acompañar a diferentes colectivos vulnerables. Somos apoyo y sostén de los que más lo necesitan y nos ponemos a su disposición con todo lo que tenemos, aun a riesgo de que nuestra sensibilidad quede salpicada, prácticamente siempre.
Y se nos olvida que nosotros también somos vulnerables, en el sentido más emocional del término. Que los cuidadores también necesitan ser cuidados.
Actualmente, por ejemplo, se reivindica la necesidad de que las madres recuperen su espacio personal, que ejerzan el autocuidado como premisa indispensable para no vivir la maternidad como una carga y cultivar su bienestar en beneficio propio y, en consecuencia, de sus hijos. De la misma manera, aquellos y aquellas cuya profesión (y, por lo tanto, gran parte de su tiempo) está relacionada con el cuidado de otros, con el soporte logístico, educativo y emocional en situaciones poco favorecidas, deberían reclamar su propio espacio de autocuidado.